Cuando hablamos de la Revolución Industrial no
debemos pasar por alto las Colonias Industriales. Bien es sabido que esto no es un elemento económico relacionado
con la revolución, pero creemos que es un aspecto que no se debe menospreciar.
Pero, ¿qué entendemos por ‘colonias
industriales’?; ¿cómo era la vida allí? El origen de las mismas se remonta a la
Inglaterra del siglo XVIII, aunque también se dio en Suecia i Finlandia. Este
modelo de asentamiento industrial normalmente se ubicaba en la orilla de río
para aprovechar, inicialmente, la energía hidráulica proveniente de éstos.
La lógica de estas colonias consistía en construir
un pequeño pueblo rural en el cual los empleados de la fábrica disponían de una
oferta variada de servicios a su alcance: tiendas, iglesia, vivienda, escuela,
etcétera. Esto implicaba un mayor confort para los trabajadores, así como
estabilidad entre el trabajo, la familia y el pueblo. Así pues, estos espacios contaban con unas
características destacadas. En primer lugar, existía un espacio productivo,
donde se encontraba la fábrica y los telares. Seguidamente, se hallaba,
asimismo, otro doméstico, donde los trabajadores residían y disfrutaban de los
servicios anteriormente citados.
Finalmente, en el punto más alto de las colonias industriales, se
encontraba la torre del amo, donde el propietario residía en sus visitas.
Este hecho incentivó la creación de un círculo
autárquico, es decir, la colonia era el espacio donde se vivía, se consumía y
se trabajaba y esto implicaba rentabilidad al propietario, ya que el absentismo
laboral era inapreciable y los gastos de los trabajadores revertían en los
servicios que se prestaban dentro de las colonias.
Ya se sabe que el carbón era la materia prima más
importante en la primera Revolución Industrial, pero en el caso de Cataluña
este material era escaso y de baja calidad. Es por este motivo que el carbón de
importación, proveniente de Inglaterra, se reservaba para las industrias que no
disponían de acceso a otras fuentes de energía, tales como la hidráulica. Es
por este motivo que se abandonaron las zonas urbanas para la posterior
instalación en ríos como el Ter y el Llobregat, para sacara partido a la
energía hidráulica que éstos ofrecían.
Un aspecto digno de mención es que en estas
colonias las huelgas y tensiones eran palpables, sobre todo a finales del siglo
XIX, donde los trabajadores reivindicaban unas mejores condiciones laborales,
debido que las que tenían en el momento se podían calificar de pésimas. Jornadas
de más de doce horas, bajos sueldos y accidentes laborales estaban a la orden
del día.
Miriam Lanero y Laura Mundó
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