El fenómeno de las migraciones es
bien conocido en la actualidad. Aunque en números absolutos las migraciones
actuales representan una mayor cantidad de personas y parecen más importantes,
proporcionalmente fueron mayores los movimientos de población de finales del
siglo XIX y principios del siglo XX.
Sean cuales sean las cifras, absolutas
o relativas, lo cierto es que ambos procesos migratorios, si es que se pueden
delimitar y, por tanto, no considerar como un proceso evolutivo estrechamente
ligado al contexto de desarrollo industrial, tecnológico y de las comunicaciones,
representaron y representan importantes cambios, que los hacen diferentes, en
muchos sentidos: la demografía, los cambios de flujos de migración (países de
origen y destino), la composición del mercado de factores, del mercado laboral,
las políticas de regulación de migraciones, etcétera. Y no sólo podemos
distinguirlos según sus implicaciones, sino también por los factores que
determinan las migraciones, las características de éstas y el perfil de los inmigrantes.
Así pues, aunque podemos decir
que en términos relativos las migraciones del siglo XIX y XX fueron más
importantes que las actuales, podemos afirmar que éstas últimas presentan unas
características que las hacen diferentes.
En primer lugar, los flujos de
migración han cambiado. Como podemos ver en los siguientes mapas, existe una
destacable diferencia entre los países de origen y los receptores de
inmigrantes de los dos procesos de migración. Los países europeos han pasado a
ser unos de los principales receptores de inmigrantes, mientras que en los
siglos XIX y principios del XX era expulsores de inmigrantes. No obstante,
países como Argentina y Estados Unidos no han cambiado su situación, y siguen
siendo países receptores de inmigrantes.
Flujos migratorios siglo XIX - XX
Flujos migratorios siglo XXI
En segundo lugar, las características de las migraciones y los
factores las provocan también han sufrido cambios, aunque la búsqueda de
mejores condiciones de vida sigue siendo el factor común. Ahora, los inmigrantes
no están obligados a abandonar sus países, sino que emigran voluntariamente. La
voluntad de emigrar dependerá de las condiciones estructurales del país de
origen y del país de destino, que actuaran como fuerzas de expulsión o atracción.
Otro factor es la situación socioeconómica del país de procedencia. Así pues, nos
encontramos con países donde existen fuertes presiones demográficas a causa de
una extensa población joven que no encuentra suficientes recursos y que,
además, sufren guerras, enfrentamientos o viven bajo regímenes autoritarios,
emigran hacia países, como los europeos, donde existe una población envejecida.
Con esto se pueden compensar los problemas demográficos de ambos países. Una
implicación más que esto tiene es que los inmigrantes envían remesas a sus
países de procedencia, permitiendo que sus familias puedan mejorar sus
condiciones e incluso crear negocios en su país.
No nos podemos olvidar del cambio en los transportes y las
comunicaciones, así como de las redes sociales. La mejora en los transportes y
las comunicaciones han provocado una disminución radical de los costes de
movilidad, y, a la vez, esta movilidad se ha vuelto mucho más rápida. Todo
esto, a su vez, relacionado con la sensación de estar conectado en todo momento
con el resto del mundo, ha hecho posible una mayor migración. De esta manera,
los inmigrantes siguen estando en contacto directo con su país de procedencia,
lo que también facilita su posible regreso. Esto es diferente a las anteriores
migraciones, donde el hecho de volver al país de origen no era contemplado.
Finalmente, y por lo que respeta al perfil de los inmigrantes, éstos
son mayoritariamente jóvenes en edad de trabajar y mujeres. No son los más
pobres, sino que son los que más probabilidades tienen de encontrar empleo en
el país de destino y, en definitiva, unas mejores condiciones de vida. Por
tanto, los inmigrantes actuales tienen más cualificación.
Núria López
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